jueves, 20 de diciembre de 2007

Soy leyenda


"Volvió a su casa y se sentó en el porche a esperar. No desayunó ni almorzó.
Por la tarde, el perro salió de entre las casas, moviéndose lentamente sobre sus flacas patas. Neville esperó inmóvil a que alcanzase la comida. Luego, rápidamente, se inclinó y lo tomó por el lomo.
El perro trató de morderlo, pero Neville le apretó la boca con la otra mano. El cuerpo flaco y casi sin pelo opuso resistencia. Unos gemidos de terror le estremecieron la garganta.
—Bueno, bueno —repitió Neville—. No pasa nada, perrito.
Entró rápidamente en la casa, se dirigió al dormitorio y puso al perro sobre un lecho de mantas que había preparado por si acaso. Tan pronto como soltó las mandíbulas, el perro intentó morder, pero Neville apartó rápidamente la mano. El animal salió corriendo hacia la puerta y resbaló por el linóleo. Neville dio un salto y le cerró el paso. El perro se escondió debajo de la cama.
Neville se agachó y miró. Vio los ojos, brillantes como tizones, y oyó el entrecortado jadeo.
—Vamos, sal de ahí, criatura —rogó lastimosamente—. No te haré daño. Estás
enfermo. Te curaré.
El perro no se movió. Neville se incorporó suspirando y salió del cuarto, cerrando la puerta. Recogió el tazón y el plato y los llenó con agua y leche. Los puso en el dormitorio, cerca de las mantas.
Al pasar junto a la cama, escuchó los jadeos del animal.
—Oh —murmuró, lamentándose—, ¿por qué no confías en mí?
Estaba cenando cuando oyó aquel terrible lamento.
Con el corazón en la boca, se apartó de la mesa de un salto y corrió hasta el
dormitorio. Abrió la puerta y encendió la luz.
En el rincón, bajo la mesa de trabajo, el perro arañaba el suelo, tratando de abrir un agujero.
—¡Vamos, vamos! —dijo Neville rápidamente.
El perro se volvió bruscamente y reculó hacia la pared, mostrando los dientes amarillos, con un rugido en la garganta.
De pronto Neville comprendió qué sucedía. Era de noche, y el animal, aterrorizado, trataba de cavar un escondrijo.
Neville le miró sin saber qué hacer. Estaba desanimado. El perro se escurrió debajo de la mesa.
A Neville se le ocurrió al fin una idea. Se acercó a la cama y tiró de la colcha. Volvió a la mesa y se agachó para mirarlo.
El perro estaba casi pegado contra la pared. Temblaba como una hoja, y unos gruñidos guturales le sacudían la garganta.
—Bueno, bueno —dijo Neville.
Echó la colcha debajo de la mesa y el perro intentó retroceder todavía más. Neville se incorporó y aguardó unos momentos. Si pudiese hacer algo, se dijo. Pero ni siquiera consigo acercarme.
Bueno, decidió al fin, si no confía en mí, recurriré al cloroformo. Así, por lo menos, podría examinarle la pata e intentaría curarlo.
Fue a la cocina, pero no pudo cenar. Al fin tiró la comida al cubo de la basura y volvió el café a la cafetera. Ya en la sala se sirvió un whisky y bebió un buen trago. No le supo a nada. Dejó el vaso y entró en la habitación con el rostro sombrío.
El perro se había escondido debajo de la colcha. Seguía temblando y gimiendo
incesantemente. Imposible intentar nada, pensó Neville. Está demasiado asustado.
Se acercó a la cama y se sentó. Se mesó los cabellos y se cubrió el rostro. Cúralo, cúralo, decía para sí, y dio un débil puñetazo contra la manta.
Se volvió de repente, apagó la luz y se tendió de espaldas sin desvestirse. En la misma posición, se sacó los zapatos y los dejó caer.
Silencio. Clavó los ojos en el cielo raso oscuro y empezó a pensar: ¿Por qué no me levanto? ¿Por qué no hago algo?
Se dio vuelta. Trata de dormir, se dijo automáticamente. Sabía que no iba a dormir.
Escuchó en la oscuridad los gemidos del perro. Se está muriendo, se va a morir, no puedo hacer nada.
No pudo resistir más y estiró un brazo para encender la lámpara de la mesilla de noche. Mientras paseaba por el cuarto oyó que el perro trataba de librarse de la colcha.
Pero se había enredado y comenzó a aullar, poseído por el terror.
Neville se arrodilló y le puso las manos sobre el lomo para calmarlo. Lanzó un ladrido entrecortado, y las mandíbulas castañetearon bajo la colcha.
—Bueno —dijo Neville—. Basta.
El perro trató de librarse, sin dejar de emitir aquel agudo gemido. Neville le acarició el cuerpo suavemente, hablándole con voz calma y dulce.
—Bueno, bueno, animal. Nadie va a hacerte daño. Tranquilízate. Vamos, tranquilízate.
Eso es. Descansa. Nadie te hará daño. Te cuidaré.
Siguió hablándole así, ininterrumpidamente, durante cerca de una hora, con una voz baja y monocorde. Y lentamente, aquellos temblores fueron cediendo. Una sonrisa animó el rostro de Neville.
—Muy bien, criatura. Cálmate. Te cuidaré.
El perro dejó de agitarse. Neville le acarició desde la cabeza hasta la cola.
—Eres un perro bueno. Un perro bueno —dijo con dulzura—. Voy a cuidarte. Nadie podrá hacerte daño. ¿Comprendes? Claro que sí. Claro. Serás mi perro, ¿vale?
Se sentó con cuidado en el suelo sin parar de acariciar al animal.
—Eres un perro bueno, un perro bueno.
La voz de Neville era tranquila, relajada.
Pasó cerca de una hora más y levantó al perro, que durante unos instantes se resistió y empezó a gemir. Pero Neville le habló de nuevo y lo calmó.
Se sentó en la cama y puso al perro, aún envuelto en la colcha, sobre sus rodillas. Se quedó así durante horas, acariciando y hablando. El perro quedó inmóvil, respirando con más facilidad.
A eso de las once Neville fue sacando lentamente la colcha y la cabeza del perro quedó descubierta.
Durante un rato el animal trató de zafarse de las caricias. Pero Neville le sujetó con una mano en el cuello y con la otra lo rascó y acarició suavemente.
—Pronto estarás bien —murmuró—. Muy pronto.
El perro lo miró con ojos tristes y enfermos, y luego sacó la lengua y lamió la palma de Neville.
Neville sintió un nudo en la garganta. Miró al perro silenciosamente. Las lágrimas le corrieron por las mejillas.
Una semana después, murió el perro."

Richard Matheson "Soy Leyenda" 1954

Estos días de esperas en hospitales me ha dado tiempo de leer el libro original en el que se basa la película de Wil Smith "Soy leyenda", este es el perro que aparece paseando junto al protagonista en los carteles de promoción. En el libro Neville había pasado semanas ganandose la confianza del perro para que comiese del plato que le colocaba en el porche hasta que lo atrapa con la intención de ganarse un compañero. Por lo visto a Will Smith le salió mejor. Como siempre las películas y los libros son diferentes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las adaptaciones que el cine hace de algunos libros dan un poco de pena. La historia original pierde importancia en beneficio de la acción o de espectacularidad en pantalla. Al fin y al cabo, el cine es un negocio.
Aún así, a me me llama mucho la atención esta película y no descarto ir al cine a ver las correrías del "solitario" Robert Neville.
¿Alguien me acompaña?.

P.D: Acabamos de evitar que le den un pisotón a un gato.

Mariajo dijo...

Mira tu que culpa tendrá el gatico